A  quí estoy en el aeropuerto de Delhi, volando a Katmandú. Cuando observo a la gente en lugares públicos, siempre me sorprende ver cómo todo el mundo camina, al parecer totalmente seguro de todo. Esto me recuerda un incidente que sucedió en mi último vuelo a Delhi en el camino de regreso de Estados Unidos. De San Francisco a Europa, hubo algunos problemas hidráulicos con el avión, y este despegó con una hora y media de retraso. Las últimas dos noches antes de volar, apenas había dormido. Después de haber repasado todas las revistas de noticias y esas cosas, decidí dormir. Como alguien que aprecia las máquinas, y más aún como aviador, siempre soy sensible al sonido de los motores. Estaba profundamente dormido. Entonces de repente, sentí que el rugido habitual del motor no estaba ahí. Me senté. El motor del otro lado estaba rugiendo; de mi lado, estaba en silencio. Abrí la ventana y miré —el motor estaba girando como un turbo-ventilador.

La confusión es mejor que las conclusiones idiotas.

De inmediato llamé a la azafata. Ella vino y yo le dije: «El motor está apagado; ¿por qué no nos lo dijeron?». Ella dijo, «Ahh, llamaré al capitán», y se fue. Entonces llegó el capitán y, con un marcado acento alemán, dijo: «Ahh, señor Vasudaav, no hay problema». Volví a preguntar: «El motor está apagado, ¿por qué no nos lo dijeron?». «No-no, no hay problema. Tendremos un aterrizaje seguro. Vamos un poco lentos, eso es todo». Dije: «¿A qué velocidad estamos viajando?». «Oh, vamos a unos doscientos veinte nudos». Se supone que este avión puede ir a casi quinientos nudos.

Pregunté: «¿Qué tan tarde llegaremos?». Dijo: «Quizá unas cuatro horas, pero no hay problema, Sr. Vasudaav». Dije: «No hay problema, de acuerdo». Me quité la kurta y me puse una camiseta de manga corta, por si tenía que nadar en el Atlántico. No había comido nada. Le pedí a la azafata que me trajera todos los chocolates que tenía y me los comí todos. Pensé que, si el avión se caía, yo tengo suficiente descanso, ropa adecuada, suficiente energía, alguna oportunidad, y me fui a dormir. Pensé que el avión podría derrapar al entrar en el aeropuerto. Pero, aproximadamente, cuatro horas después, el piloto realizó un aterrizaje perfecto. Me pareció que eso fue hábil.

La mayoría de las personas en un avión no son realmente conscientes de que están a doce mil metros por encima del suelo en una lata de estaño. Cuando piensan en el avión, lo hacen en términos de «Todavía no ha despegado; todavía no ha aterrizado. Viene cinco minutos tarde. Mi teléfono no funciona». No saben realmente que una maldita lata de estaño está volando en el cielo con trescientas personas. Si, de las miles de cosas que hay en el avión, una pequeña cosa no funciona, todas estas trescientas personas podrían evaporarse, incluyéndote a ti. Cada vez que te subes a un avión, deberías saberlo. Algo debería cosquillear en tu interior, y deberías disfrutarlo.

El mundo entero atraviesa por la lucha y la confusión, pero ¿cuántos darán un paso en la dirección correcta?

Una vez, cuando subí a un pequeño avión en algún lugar en la India, alguien me dijo: «Es época de monzones, Sadhguru. Habrá muchas turbulencias. Debes usar el cinturón de seguridad». Le dije: «No te preocupes, disfruto de las turbulencias». «Jejeje», se rió. Le dije: «¿Por qué te ríes?». Dijo: «Yo también las disfruto». Vivir sin ser consciente de en qué te estás metiendo te da cierta dicha. La ignorancia es dicha. Pero lo mejor de la vida es saber todas esas cosas y, aun así, hacerlo. Es un tipo de alegría diferente.

Las personas tratan de crear una falsa sensación de seguridad en sus vidas a base de contarse historias fantásticas a sí mismos y a los demás. Podemos llamarlas como queramos: a veces escrituras, a veces religión, a veces una relación amorosa. Se cuentan historias fantásticas unos a otros para poder atravesar la vida de alguna manera. Pero, cuando la vida te da un golpe en la cabeza, de repente estas cosas se desmoronan, y quedas confundido y lleno de miedo. Miedo, porque has bajado a la realidad. Es una bendición bajar a la realidad. Si vas por el camino equivocado y de repente te das cuenta de que estás confundido, eso es algo bueno.

Digamos que vas caminando por la selva, y conoces el camino. Pero, entonces, te das cuenta de que no sabes realmente a dónde vas. No sabes cuál es el este, oeste, norte o sur. Cuando estás confundido, lo primero es detenerse y mirar. Prestar atención a cada pequeño detalle. Tal vez, en algún lugar, hay una indicación de a dónde ir. Miras cómo cae la luz del sol o, si es de noche, lees las estrellas; buscas un punto de referencia o, al menos, observas a dónde te lleva el excremento de elefante. Puede que no te lleve a una ciudad, pero al menos al agua. Si estás confundido, no te pongas nervioso y corras por todos lados.

La claridad es una consecuencia de manejar tu confusión conscientemente.

El mundo entero atraviesa por la lucha y la confusión, pero ¿cuántos darán un paso en la dirección correcta? La confusión es mejor que las conclusiones idiotas. Alégrate de que al menos estás confundido, en lugar de ser un fanático que está seguro de que él o ella irá al cielo. Cuando estás confundido, tienes miedo porque te das cuenta de que estabas viviendo con una certeza tonta, sin saber. Cuando de repente te das cuenta de que no sabes nada de la vida, surge el miedo. Que no sepas nada de la vida no es un fenómeno nuevo. Es solo que se derrumbaron tus tontas conclusiones por alguna razón —o la vida te lo hizo, o tal vez yo lo hice—.

Si, en lugar de ir por el camino equivocado hasta el final, a la mitad de tu vida te confundes, ¿no es algo bueno? De lo contrario, estarás desconcertado cuando te estés muriendo; esa es una mala manera de morir. Desgraciadamente, el ochenta por ciento de las personas mueren con cara de desconcierto. Nunca se dieron cuenta de que esto les iba a pasar. Cuanto antes te confundas, mejor. La confusión significa que ninguna de tus conclusiones se mantiene. Cuando estés completamente confundido, todas tus facultades se agudizarán: verás y escucharás mucho mejor.

Es como si estuvieras caminando por la selva con los auriculares puestos. Aunque rugiera un tigre, no lo sabrías. De repente te das cuenta de que no sabes a dónde vas. Te has quitado los audífonos. Ahora estás completamente confundido y un poco temeroso. Una vez que te acostumbres a la confusión, verás que es algo bueno. Y también verás que no estás solo. La mayoría de las personas tienen que pasar por este proceso de confusión y lucha en la vida, por desgracia. ¿No hay otra manera? La hay. Si no, ¿por qué estaría yo aquí? Pero, después de tres vidas, me he vuelto sabio. Esta es mi última ronda. La posibilidad está abierta, pero no creo que todos salten por sí solos. Algo tiene que empujarlos.

Si te has dado cuenta de que estás confundido, no hagas más inversiones en la dirección equivocada. Detente, espera, mira. Trata de entender. Cuando estás confundido, tu inteligencia está alerta y activa y mirando constantemente. Así es como debes ser. Solo tienes que aprender a hacerlo con alegría. La claridad es una consecuencia de manejar tu confusión conscientemente.

Amor y gracia,

Nota del editor

En el siguiente video Sadhguru da una  interesante respuesta a una pregunta sobre si tiene complejo de superioridad por la reverencia que recibe en todas partes.