En esta serie, cada mes, uno de nuestros brahmacharis o sanyasis de Isha comparte sus antecedentes individuales, observaciones y experiencias de lo que significa para ellos caminar este sagrado «Camino de lo divino».

Un juego entre la vida y la muerte

Maa Vanasri: Nací en Alemania, cuando la Segunda Guerra Mundial apenas empezaba. Muchas ciudades eran bombardeadas intensamente y reducidas a ruinas. Eventualmente, millones de personas murieron, mayormente hombres. Muchos esposos y padres nunca regresaron. Si lo hacían, volvían mental y físicamente incapacitados. Durante la noche, escuchábamos las sirenas muy fuerte y corríamos al sótano. Como no sabíamos cuánto tiempo duraría el ataque, tomábamos una gran olla con gachas de trigo y pepinillos agrios mientras nos apresurábamos a refugiarnos. Cuando las bombas golpeaban el suelo, se oían sonidos extraños y ondas de choque a kilómetros de distancia. Incluso hoy, cuando cierro mis ojos, puedo oír esos sonidos. Es increíble cómo nuestro cuerpo puede almacenar nuestras experiencias para toda la vida.

Encontraba aburridas las enseñanzas intelectuales y, para mí, la naturaleza parecía ser el maestro más elevado.

Como los edificios de la escuela se destruyeron y faltaban maestros, no teníamos escuela a la cual ir; pero los niños no se perdían de nada. ¡En realidad fue la parte más divertida de mi vida! Tomó casi diez años eliminar las masas de escombros de piedra. En los años intermedios, pasábamos nuestro tiempo jugando felizmente en estas ruinas —nuestro inusual patio de recreo— y descubríamos cráneos y huesos para jugar. Mi única responsabilidad como niña de ocho años era cuidar de los huertos frutales que tenía mi familia durante la época de verano, mientras que mis hermanos manejaban un zoológico con cobayas, ratones blancos, hámsters, palomas y peces dorados. Mi infancia fue divertida 24/7.

Tres años después, cuando nuestra escuela fue restablecida hasta cierto punto con profesores sustitutos, me llevó algún tiempo adaptarme. Pronto descubrí que las clases de historia eran mucho menos emocionantes que pasar tiempo en la naturaleza y jugar en las ruinas con cráneos y huesos. De todos modos, no todo era malo porque casi no había profesores de tiempo completo. La mayoría de ellos habían muerto en la guerra, así que la escuela solo estaba abierta unas pocas horas al día. Por la tarde, solíamos ir a las tiendas textiles para ayudar a nuestra madre. Me fascinaban los diferentes tejidos de seda, lana y algodón. Podía hacer patrones interesantes y coser casi cualquier cosa sin esfuerzo; parecía que estaba dotada en este arte.

De la Naturaleza

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Mi pasatiempo preferido, incluso ahora, es reflexionar sobre mis pensamientos mientras observo a las aves y sigo las nubes en movimiento, y simplemente disfruto la belleza de la naturaleza alrededor. Podía sentarme en una ribera durante mucho tiempo y simplemente ver los pequeños peces que saltaban y escuchar la canción vespertina del ruiseñor que hacía eco a través del valle. Aprendí a recrear esas melodías con mi flauta. En el invierno, miraba las estrellas durante casi una hora cada noche, con la nieve a mi alrededor. La tranquilidad de la noche, envuelta en la inmensidad del cielo que iluminaban miles de millones de estrellas, me llevaba a un espacio diferente dentro de mí. Me emocionaba cuando veía una estrella fugaz. No me interesaba ver televisión, ir al cine o salir de fiesta. Incluso una relación no era algo que buscara.

Una vez leí en algún lugar que toda la existencia está hecha de espirales y que un cierto conocimiento puede conducir a una comprensión más profunda, que puede ofrecer una pista sobre el mundo invisible. ¡Estaba emocionada! Todos estos años había sentido a menudo: «¿Por qué estoy aquí?». Nunca encajé realmente en este mundo como los demás. Durante este tiempo, me encontré con muchas palabras esotéricas como «vibraciones», «polarización», «alma», «reencarnación», «karma», «fantasmas», «santos»… pero, de alguna manera, no significaban nada para mí. Muchos libros estaban disponibles bajo estos títulos, pero inconscientemente entendí que las respuestas sobre la vida no podían venir de un libro. Encontraba aburridas las enseñanzas intelectuales y, para mí, la naturaleza parecía ser el maestro más elevado.

En los caminos de la India

Con frecuencia oía a la gente decir: «Voy a la India para encontrar a mi gurú». Me parecía raro. Yo también visité la India, pero mi intención era explorar la India de una manera diferente: como turista.

Durante los últimos quince minutos de la charla de Sadhguru, caí en una especie de trance y me sentí totalmente energizada.

En enero de 2003, hice una visita guiada a la India con un grupo de 45 personas. Llegamos a Chennai y visitamos el ashram de Sri Aurobindo, el templo de Chidambaram, los templos de Palani, varios templos en Trichy y muchos otros lugares en Tamil Nadu. En el último día del viaje, mientras viajaba en el autobús de Trichy a Chennai, vi varios carteles grandes de Sadhguru colocados a lo largo de la carretera. Su cara me intrigaba. Después de llegar a nuestro hotel en Chennai, le pregunté al gerente del hotel: «¿Quién es el hombre en los carteles que vimos en el camino hacia aquí?». Él tampoco conocía a Sadhguru, pero la señora de la limpieza, que estaba a su lado, escuchó nuestra conversación y le habló sobre Sadhguru. Ella nos informó que Sadhguru daría un Mahasatsang en la playa cerca de la iglesia de santo Tomás esa misma noche. Esta sería la última noche de nuestro viaje, debíamos volar a la mañana siguiente. ¡Qué gran oportunidad! Tomé un bicitaxi y fui al evento

Me sorprendió ver miles de sillas dispuestas en la arena y filas de personas de pie con las manos juntas en «namaskar», que le daban la bienvenida a la gente. El sol se ocultaba —parecía una gran bola de fuego roja sobre el océano— y un hombre barbudo caminó silenciosamente hacia la tarima. «¡Así que él es Sadhguru!», pensé con curiosidad. Habló en tamil —un idioma que desconocía—, pero no me interesaban sus palabras. Solo estar sentada allí, bajo la milagrosa puesta de sol, fue un festín. Durante los últimos quince minutos de la charla de Sadhguru, caí en una especie de trance y me sentí totalmente energizada. Al salir, compré el libro «Encuentro con el iluminado» («Encounter the Enlightened») y, a la mañana siguiente, tomé mi vuelo de regreso a los Estados Unidos.

Un viaje inevitable

Un mes más tarde, visité Kripalu, un gran centro de yoga en las montañas de Berkshire, cerca de Lenox, donde vivía. Mientras estaba en su tienda, me sorprendió ver la foto de Sadhguru en una revista titulada «Iluminación». Este era un anuncio para un programa de siete días que iba a ser conducido por Sadhguru en Princeton, Nueva Jersey, en marzo de 2003. Me uní al programa. Aunque yo era escéptica sobre los gurús espirituales en general, aun así me senté allí sin hacer conclusiones, y la semana pasó rápidamente. Volví a casa energizada y con algunas herramientas para vivir mejor.

Recuerdo cuando entré al templo de Kedar con las manos juntas y me incliné ante el santuario; de repente no había mundo a mi alrededor. Mis piernas comenzaron a temblar y comencé a derramar lágrimas. 

En mayo de 2003, hice BSP con Sadhguru en Michigan, Estados Unidos. Durante el programa, Sadhguru habló sobre cómo el conocimiento acumulado puede volverse como un muro. Me liberó de algunas emociones negativas que había llevado dentro de mí desde la infancia. Tenía un hermano que tenía memoria fotográfica. Era un estudiante brillante; se saltó dos años de escuela y aun así era el mejor de la clase. Leía tres libros al día y nos repetía lo que había leído con mucho orgullo. Con él a mi lado, solía sentirme estúpida. Cuando escuché a Sadhguru decir que el conocimiento adquirido es de valor limitado y no es necesario para moverse hacia dentro, me impactó profundamente.

En septiembre de 2003, me entusiasmó ser parte del grupo del Dhyanayatra. Fue una experiencia inolvidable, y Sadhguru también se nos unió. En la escuela, siempre corría mis dedos sobre los Himalayas en el atlas y experimentaba una impalpable sensación de anhelo. Ahora, en el yatra, si bien viajar varias horas al día en autobuses era un esfuerzo, ir de excursión a Gomukh, presenciar el colorido glaciar arcoíris, darse un chapuzón en las rejuvenecedoras aguas frías del glaciar… todo fue simplemente fascinante.

Viajar en autobús por esos caminos sinuosos; ver a tantos sadhus, santos y devotos; caminar hasta el templo de Kedar con Sadhguru; encontrarme con la fachada blanca del templo… todos estos eventos, y más, todavía están grabados en mi memoria. Recuerdo cuando entré al templo de Kedar con las manos juntas y me incliné ante el santuario; de repente no había mundo a mi alrededor. Mis piernas comenzaron a temblar y comencé a derramar lágrimas. Noté que los otros participantes también se veían diferentes después de la visita al templo: más silenciosos, más reflexivos y más ágiles. Encontré cada parada en el yatra del Himalaya enriquecedora y verdaderamente inolvidable.

Luego, en enero de 2004, vine al ashram por primera vez para asistir a una sadhana de seis semanas como preparación para el programa Samyama. En esa época, había muchos trabajos de construcción alrededor del Dhyanalinga y solíamos hacer nuestra sadhana en Kaivalya Kutir. El día de la inauguración del programa Samyama, cuando entré en el Spanda Hall no podía creer lo que veía. Más de mil colchones estaban cuidadosamente dispuestos y la gente corría hacia el más cercano a la tarima de Sadhguru.

¡Samyama! ¡Qué esfuerzo! Había vivido en lugares pequeños antes, ¡pero nunca en un colchón durante siete días! Me enseñó gran paciencia el solo sentarme sin hacer nada excepto seguir las instrucciones de Sadhguru. No sabía que podía cantar durante tantas horas sin quedarme dormida. Aquí y allá hubo momentos en los que tenía ganas de levantarme, estirar las piernas y hacer otra cosa, pero hacia el final, el dolor en las piernas se ajustó. Cuando Sadhguru nos inició en la meditación Samyama, las cosas comenzaron a moverse de derecha a izquierda y el suelo también desapareció por unos momentos. «¿Quién está haciendo eso?», me pregunté más tarde. Se sentía como si una fuerza me estuviera moviendo a otras dimensiones.

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En 2004, participé en un programa especial con Sadhguru, llamado Vaibhav Shiva, una celebración de los caminos gloriosos de Shiva. Fue una experiencia invaluable, donde sentí que mi ser se había enriquecido de maneras desconocidas. También tuve la fortuna de asistir a Leela, el cual sentí que era solo un vistazo de quien Krishna podría ser. En ese programa, Sadhguru dijo que, para jugar, necesitamos un corazón lleno de amor, una mente alegre y un cuerpo vibrante. Sigo trabajando en eso.

Estancia en la Morada de Shiva

En 2006, me mudé a una cabaña en el ashram y pasé seis meses como voluntaria en el Centro de Rejuvenecimiento. Ese mismo año, Sadhguru ofreció el primer yatra al monte Kailash. Inmediatamente cumplí con los requisitos y comencé a empacar. ¡Una aventura más estaba a punto de comenzar! Durante este yatra de tres semanas, cruzamos las fronteras de Nepal y entramos en Lhasa, ahora territorio de China. Allí visitamos el extraordinario Palacio de Potala. Este palacio solía ser el hogar del Dalai Lama hasta que huyó a la India en 1959. Durante la revolución china y tibetana se quemaron tantos santuarios y escrituras, pero este Palacio de Potala sobrevivió.

A la mañana siguiente, el grupo continuó el viaje en 48 jeeps conducidos por choferes muy experimentados. El terreno era totalmente salvaje —una tierra de nadie—, no tenía señales que nos indicaran adónde ir. En el camino, pasamos muchas dunas de arena altas y, durante el descanso, algunos de nosotros escalamos y esquiamos estas montañas. Cruzamos abundantes valles y quedamos hipnotizados por las manadas de animales desconocidos que vimos. Nunca pensé que una oportunidad tan inusual se cruzaría en mi camino.

Luego llegamos al famoso lago Manasarovar, un lago de agua dulce a gran altura, alimentado por los glaciares de Kailash. Todo sobre este lago era tan excepcionalmente diferente a cualquier otro cuerpo de agua que hubiera visto antes. El fondo del lago era una enorme cortina mística, una densa masa gris y brumosa, que se sentía como una frontera entre los reinos de lo visible y lo invisible. Sentarse junto a la orilla por la noche con Sadhguru fue una experiencia surrealista Nos sumergimos en el agua suave y energizante del Manasarovar dos veces.

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Al día siguiente, nos reunimos con los sherpas con caballos y yaks para iniciar la subida al monte Kailash. Conforme nos acercábamos al monte Kailash, se revelaron caras de la montaña que no habíamos visto. ¡Increíble! El clima era fresco, pero, para estar a una altitud de 5000 metros, se sentía muy cómodo. A la mañana siguiente, subimos la montaña junto con Sadhguru, acercándonos al glaciar del monte Kailash. Un pequeño arroyo bajaba del glaciar derretido en el lado norte de la montaña. Solo tocar el agua del río, cristalina como un diamante, fue como sentir perlas sedosas moviéndose suavemente entre mis dedos. Siempre tuve una cierta relación con el agua y un cariño por los ríos salvajes. Dondequiera que viviera en diferentes países, siempre había ríos y lagos cerca. A menudo, antes de acostarme, pasaba tiempo a la orilla de un río y disfrutaba de la luz de la luna que brillaba en el agua murmurante que fluía sobre el lecho rocoso del río. El agua es tan transformable: líquido, sólido, vapor; un ejemplo para mí para entender mejor la flexibilidad.

Pasamos dos horas sentados con Sadhguru y mezclándonos con el poderoso campo vibratorio del monte Kailash. Luego bajamos lentamente la montaña, agradecidos con cada roca que pisábamos.

El comienzo de lo «Sin Comienzo»

Alrededor de 2008, surgió un anhelo dentro de mí de recorrer el camino de brahmacharya. Sentí que era como una gota en un océano —el océano que es Sadhguru— y el brahmacharya mejoraría la posibilidad de fusionarse con este océano. Aunque reconocí que tal vez ya no era joven, me mantuve abierta a la posibilidad e hice la solicitud.

El aprendizaje para mí es un campo abierto y nunca completo, pero, bajo la guía de Sadhguru, Aquel que Sabe, es una bendición estar aquí.

En 2010, regresé a los Estados Unidos para asistir a un programa de tres meses en el Instituto Isha de Ciencias Internas (Triple i), Anaadhi: «lo sin comienzo». Me comprometí absolutamente con eso, y las recompensas de hacer 90 días de sadhana bajo la guía de Sadhguru tuvieron un efecto duradero en mí. Volaba alto, a veces me estrellaba y, en medio, me quedaba quieta. Sadhguru a menudo pasaba 5 o 6 horas al día con nosotros, era un sueño hecho realidad.  Fue un proceso invaluable. Sentí que era un pequeño templo en la espiral de la Creación, donde cada espiral refleja la misma Creación original.

En 2011, en marzo, me pidieron que viera a Sadhguru. «¿Cuantos años tienes?», me preguntó tan pronto como nos sentamos a hablar. Le dije mi edad y él sonrió y me abrazó. A los cinco días de esta breve reunión, me pidieron que entrara en brahmacharya sadhana, el mayor regalo que he recibido en mi vida. Totalmente fuera de mis expectativas, en lugar de eso, Sadhguru me inició en sanyas después de unos días de sadhana. Mi más profunda gratitud a Sadhguru por aceptarme en este camino con todas mis limitaciones. Es un momento histórico ser parte del espacio consagrado del ashram cuando Sadhguru está aquí, llegando a millones y ofreciendo herramientas de transformación a toda la humanidad.

El aprendizaje para mí es un campo abierto y nunca completo, pero, bajo la guía de Sadhguru, Aquel que Sabe, es una bendición estar aquí. Hace dos años, subí la Séptima Colina con la Gracia de Sadhguru. ¡El próximo año tendré 80 años, y aún en marcha y amando la vida!

  

Nota del editor

Cada semana, compartiremos contigo los recorridos de varios de los brahmacharis de Isha en la serie «En el camino de lo divino».