Sanyasa, ¿yo?

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Maa Chandrahasa : «Quiero ser una Sanyasi», declaré levantándome delante de toda la clase de Plenitud un día, probablemente, sorprendiendo a todos los que me conocían. A mí también me sorprendió haberlo hecho, porque solía tener vínculos profundos con cualquier persona o cosa que me rodeaba. Esta característica mía se me reveló en la clase de Plenitud.

Hubo un incidente en el que Sadhguru trajo una serpiente a la sala y preguntó: «¿Alguien quiere cuidar a esta serpiente? Se está muriendo. Si alguno de ustedes puede alimentarla durante unos días, podría vivir más tiempo».

Él había encontrado la serpiente en un agujero, bajo un árbol, cerca del jardín de cactus. Medía 1.80 metros, y la mayoría de nosotros tenía miedo siquiera de acercársele y mucho menos de cuidarla.

Se produjo un breve silencio. Entonces, «Yo lo haré», dije sin pensarlo. Para mí, era así: si Sadhguru pedía que alguien hiciera algo y nadie más parecía dispuesto, entonces, yo quería hacerlo, sin importar lo que fuera. Yo ni siquiera había sostenido una serpiente antes en mi vida. Pero Sadhguru me la entregó, y allí estaba yo, sosteniendo una cobra de 1.80 metros envuelta en mi brazo. «Si deja de comer de tu mano después de dos o tres días, déjala en el bosque», me indicó.

Era una pobre serpiente somnolienta. La guardé en una bolsa de tela y la colgué dentro de la clase. Algunos de los participantes de Plenitud se asustaron y amenazaron con echarme fuera junto con la serpiente si no la sacaba de la sala. Sadhguru se entretuvo mucho con sus reacciones y los asustó aún más diciendo: «¡Vendrá a dormir con ustedes en la noche!». Metimos huevos de pájaro en la boca de la serpiente, y le dimos pequeñas ranas y gusanos para que comiera. Los dos primeros días, comió un poco; pero, después del tercer día, empezó a escupir todo. Así que, a regañadientes y con el corazón entristecido, la dejamos en el bosque.

Una noche, unos días más tarde, estaba poniendo música con una grabadora en un programa cultural para los niños de Dhanikandi. Vi a Sadhguru y a algunos otros que caminaban juntos, y uno de ellos llevaba una serpiente en la mano. «¿Por qué está sosteniendo esa serpiente? ¡Algo está mal!», me dijo mi intuición. Dejé el asunto de la grabadora y corrí hacia allí para ver qué había pasado: era la misma serpiente que yo había ciudado, pero ahora estaba muerta. La encontraron muerta en el mismo lugar donde Sadhguru la había encontrado antes.

«Por favor, dame la serpiente para sostenerla», le supliqué. No me la quisieron dar. Solo después de mucha insistencia, se me permitió sostenerla. Lloré amargamente cuando la sostuve. Se sentía tan diferente de cuando estaba viva. La enterramos cerca de la misma zona donde fue encontrada. Me sentí como si hubiera enterrado a mi propio hijo y no pude alejarme de ese lugar durante un tiempo.

Así es como yo era.

También un año antes, durante mi Bhava Spandana, me había levantado delante Sadhguru para declarar algo. Esa vez, fue acerca de mi deseo de casarme y tener una casa grande. Incluso, había descrito el tipo de marido que quería y cada centímetro de la casa que había imaginado. Así que fue completamente inesperado que, en el plazo de un año, yo hubiera dado un giro de 180 grados y pareciera decidida a recorrer el camino ascético. Pero la verdad es que yo estaba ardiendo.

«Antes de morir, debo recibir de él la ropa Kaavi (la ropa que usa un Sanyasi)», es lo que pensaba frecuentemente en esos días. Para mi gran molestia, muchos participantes de Plenitud, e incluso Sadhguru, a menudo, trataron de convencerme de que no entrara a Brahmacharya. Sin embargo, yo estaba decidida y Sadhguru cedió. Fui iniciada con el primer grupo de Brahmacharis de Isha en 1995 y recibí Sanyasa con el primer grupo de Sanyasis de Isha en 2003. Después de la iniciación Sanyasa, cuando recibí de Sadhguru la ropa Kaavi, temblé. «¿Realmente merezco este honor sin igual?», pensé mientras tomaba la tela sagrada de sus manos.

De Plenitud a Sanyasa, siento que este camino ha sido acerca de aprender el verdadero significado de tener una relación profunda e indiscriminada con la vida.

Escalar alto en Plenitud

... la intensidad de los procesos por los que pasamos me hizo rodar, patalear e incluso trepar por el poste que sostenía el techo de la cabaña por dentro.

Durante Plenitud, siempre estuve en un subidón. Muchos días, me sentaba cerca de los pies de Sadhguru durante las sesiones y, a veces, incluso, sostenía sus pies. Cuando no estaba a sus pies, la intensidad de los procesos por los que pasamos me hizo rodar, patalear e incluso trepar por el poste que sostenía el techo de la choza por dentro. De hecho, una vez que el proceso terminó y Sadhguru abandonó la sala, me costó bajar del poste del techo, porque, para entonces, yo ya había recuperado mis sentidos normales.

A veces, Sadhguru me sorprendía con su presencia metafísica. «Estoy con ustedes las 24 horas», nos dijo un día del segundo mes de Plenitud. «Él regresará a la casa, ¿verdad? ¿Cómo puede estar con nosotros las 24 horas?», se preguntaba mi mente. Esa misma noche, mientras me estaba quedando dormida, me despertó una fuerte fragancia a vibhuti. Somnolienta, me pregunté de dónde venía, pero me volví a dormir. De nuevo, me despertó la misma fragancia. Sucedió dos o tres veces más. «¿Quién se ha aplicado tanto vibhuti para que huela así?», pensé. Enseguida, tomé la linterna y fui iluminando las caras de las personas que dormían para encontrar la fuente de la fragancia a vibhuti. Pero no pude encontrar nada que pudiera explicarlo. Desconcertada, me volví a dormir.

Lo primero que hice, en la sesión matinal del día siguiente, fue preguntarle a Sadhguru sobre el origen de la fragancia a vibhuti. «¿Por qué me lo preguntas? Ve a investigar con tu linterna», respondió para mi asombro.

Una profesora renuente

Para mí, enseñar lsha Yoga es un proceso muy místico, porque ocurre a pesar de mí.

En el segundo mes de Plenitud, Sadhguru me inscribió en la Formación de Profesores. Protesté tímidamente, pero acepté. Aunque disfruté del proceso de formación y estuve bastante involucrada en un nivel, en otro nivel, no pude entender mucho de lo que estaba sucediendo. Mientras otros discutían en detalle los diversos aspectos de la clase de lsha Yoga durante varios días, para mí, la formación era solo un baile. Francamente, a veces, me sentía bastante perdida. Sin embargo, al final, de alguna manera, me hice merecedora de dirigir las clases de lsha Yoga y recibí el chal de profesor. Di mi primera clase completa en la sala Tatabad, en 1996. Para mí, enseñar lsha Yoga es un proceso muy místico, porque ocurre a pesar de mí.

Sadhguru se hace cargo de la clase

Una vez, me tocó dar una clase junto con un profesor nuevo. Nos alojamos en la casa de un voluntario, que estaba en el mismo edificio de la clase, pero un piso más arriba. Un día, quise que el profesor nuevo fuera capaz de manejar la clase de manera independiente, así que no entré en la sala durante su sesión y, en vez de ello, me quedé en el balcón de arriba. En la calle, se escuchaba un poco de música. Me enganché con una canción pegadiza y la estuve tarareando.

... Quedé atónita: ese fue el día en que estuve zapateando al son de esa estúpida melodía, cuando esa señora había visto a Sadhguru sentado en mi lugar. «Este momento es inevitable», respondí tímidamente. «Así que mantente en el momento, Maa», dijo él.

Al cabo de un rato, unos cuantos voluntarios vinieron corriendo y me pidieron que resolviera una situación en la clase. Una de las participantes, debido a la situación de energía de la clase, se revolcaba salvajemente, sin control. Así que tuve que entrar. Después de que la clase se calmara de nuevo, el profesor nuevo me rogó que continuara la sesión en su lugar. Al no ver otra opción, fui y me senté en la silla del profesor. El gusano de la música seguía en mi cabeza e, inconscientemente, la estaba tarareando. Cuando los participantes estaban compartiendo sus experiencias, me di cuenta de que estaba zapateando al son de esa melodía. Cuando terminó la clase, una señora dijo que había visto a Sadhguru sentado en la silla, en lugar de mí. Dijo que él se había ido cuando me senté para la invocación final. Este tipo de experiencias no son inusuales, por lo que no le di mucha importancia en ese momento.

Cuando volví al ashram, después de una semana, al entrar en el Bloque Triángulo, me encontré por casualidad con Sadhguru. Entre otras cosas, mencionó una fecha determinada y me preguntó intencionadamente: «¿Qué clase (aspecto) enseñabas en esa fecha, en la sesión de la mañana?». Quedé atónita: ese fue el día en que estuve zapateando al son de esa estúpida melodía, cuando esa señora había visto a Sadhguru sentado en mi lugar. «Este momento es inevitable», respondí tímidamente. «Así que mantente en el momento, Maa», dijo él.

Llevar el sueño de mi gurú a las aldeas

Las aldeas indias no son un espectáculo bonito: hombres y mujeres desnutridos, con los ojos hundidos, que trabajan más allá de sus fuerzas físicas; caminos llenos de basura; personas que defecan sentadas al aire libre; y niños pequeños, flacos y desaliñados que juegan en condiciones antihigiénicas. Las personas estaban tan asentadas en su infelicidad, que lo más difícil era hacerlas venir a la clase.

En 1997, para mi inmensa alegría, Sadhguru me envió a la prisión de mujeres para dar clases. Fue una experiencia muy dura por una parte, pero una responsabilidad extremadamente gratificante por otra. Una vez, ofrecí una clase de 21 días en un orfanato para discapacitados físicos y mentales en Coimbatore. Esos fueron algunos de los momentos más conmovedores de mi vida. En 2003, cuando Sadhguru me dijo que diera clases de Acción para el Rejuvenecimiento Rural (ARR) en las aldeas de Tamil Nadu, su mensaje fue: Ve y rejuvenece esos pueblos. Asegúrate de que sean verdes y de que las personas estén felices y sanas. Así que, en cada pueblo, en cuanto entraba, visualizaba que el sueño de Sadhguru se hacía realidad; sin embargo, no era un sueño fácil de cumplir. Por lo que vi, las aldeas indias no son un espectáculo bonito: hombres y mujeres desnutridos, con los ojos hundidos, que trabajan más allá de sus fuerzas físicas; caminos llenos de basura; personas que defecan sentadas al aire libre; y niños pequeños, flacos y desaliñados que juegan en condiciones antihigiénicas. Las personas estaban tan asentadas en su infelicidad, que lo más difícil era hacerlas venir a la clase.

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En la primera semana, con la ayuda de los voluntarios de Gobichettipalayam, fui a casi 500 casas en 45 pueblos para invitar a las personas clave e influyentes a las clases. Estas 120 personas, procedentes de muchos pueblos diferentes, se inscribieron en la primera clase de 6 días en Athani. Ellas, a su vez, nos ayudaron a inscribir a más aldeanos. Al cabo de un mes, daba tres clases al día; a veces, cuatro. En seis meses, di casi 100 clases sin ningún profesor de apoyo y con solo un puñado de voluntarios.

Mi rutina típica durante los primeros seis meses consistía en dar tres clases (normalmente, en diferentes pueblos), ir de casa en casa para invitar a gente de otras aldeas y, en el tiempo libre, a veces hasta la medianoche, escuchar a la gente hablar de sus problemas personales. «Comparten demasiado, Sadhguru. Me resulta difícil escuchar sus problemas personales», le dije una vez a Sadhguru.

«Los sistemas tradicionales como el "chaupal" (cenyto comunitario) de la aldea, las familias conjuntas, los festivales, etc. que les permitían desahogar sus emociones entre ellos, se han debilitado. Es bueno para su bienestar que puedan compartir contigo. Permíteles que compartan», instó. Yo también pude ver que muchos habitantes de la aldea salían de sus depresiones simplemente por compartir, así que me puse a su disposición de la manera que pude.

Tal como me había aconsejado Sadhguru, solía ir a diferentes casas para almorzar. «Si es posible, no rechaces a nadie que te invite a comer», me había dicho una vez. Eran personas pobres, pero deseosas de servir a un Sanyasi, por lo que, muchas veces, comía alimentos que no eran lo suficientemente nutritivos. En algunas casas a las que iba para invitarlas a la clase, algunas señoras me ofrecían comida por cortesía, sin pensar que yo diría «sí». Luego, resultaba que solo tenían comida del día anterior, o solo arroz y rasam (caldo de tomates con  especias) para ofrecer, por lo que se arrepentían de haberme invitado. Pero yo comía gustosamente con ellas y quedábamos unidas para siempre.

La experiencia de estar con la gente del campo fue enriquecedora más allá de las palabras. Son gente muy sencilla, pero receptiva. Es cierto; tuve que utilizar muchas tácticas para conseguir que asistieran a las clases, pero, una vez que estaban en la clase, se adaptaban a ella desde el primer día. Desde el segundo día, se relacionaban profundamente con Sadhguru y, al final de la clase, podías ver que muchos de ellos estaban totalmente transformados. Ver sus dificultades, su amor y su transformación era muy emocionante. Lo que sucedió en esos tres años de estar con la gente del campo, en muchos sentidos, define lo que soy hoy.

Aquí comparto algunas experiencias:

Él volvió a trabajar después de 10 años

Hace diez años, un coco o una hoja de coco (no lo recuerdo con claridad), cayó sobre el cuello de un hombre y él quedó incapacitado. Desde entonces, su mujer trabajaba muy duro para conseguir dos comidas para la familia. Entonces, un día, él se unió a la clase de lsha Yoga y, después del segundo día, dijo que estaba mejorando y que quería volver a trabajar. Le dije que fuera despacio al principio, pero, al quinto día, ya había vuelto a trabajar.

Perder 10 días de práctica

Había una pareja de ancianos a quienes solía visitar a menudo. Eran muy reverentes hacia Sadhguru y hacían sus prácticas regularmente. Recientemente, después de diez años, volví a ese pueblo para hacer un trabajo y los visité de nuevo. El anciano vino presuroso a recibirme. Su esposa había muerto para entonces. Cuando nos sentamos a charlar, habló de la enfermedad de su mujer y lloró. Sus hijos me contaron después que solo había llorado por su mujer delante de dos personas: el médico que la trataba y yo. Me conmovió mucho que fuera tan abierto conmigo. Entonces, empezó a decir: «¡Lo siento, lo siento!». Le pregunté de qué se arrepentía. «Hice mis prácticas todos estos años con regularidad; ni siquiera un día dejé de hacerlas. Pero esos diez días en los que mi mujer estaba muriendo, no pude hacer las prácticas». Me quedé sin palabras, mirando a este hombre maravilloso. Tenía casi 80 años y no podía sentarse correctamente con las piernas cruzadas, pero se sentía apenado por haber dejado de hacer su práctica durante diez días. Fue una lección de humildad para mí.

Llevar la clase afuera

Una vez, llegó a la clase un hombre borracho y no le permití entrar el primer día. Él se sentó fuera de la sala, escuchó la clase y observó las prácticas desde la ventana. Hizo las prácticas por su cuenta sentado afuera. Al día siguiente, vino a la clase con aspecto sobrio. «No puedes rechazarme. Ayer, seguí toda la clase», imploró.

Me convenció con su compromiso y le permití entrar. Parece que esos fueron los primeros seis días, en muchos años, en los que no bebió. Se sintió abrumado tras la iniciación y lloró durante horas. Continuó con las prácticas y, finalmente, superó su adicción al alcohol por completo. Volvió a trabajar y su mujer, que lo había dejado, volvió con él.

 

Ir más allá de las instrucciones de mi gurú

Al cabo de seis meses, se me unieron otros profesores y pudimos expandirnos a muchas otras aldeas también. Los voluntarios rurales y las personas eran tan cariñosos y confiados que, en 2006, cuando ganamos el récord Guinness por plantar 800.000 arbolitos, habíamos plantado 90.000 arbolitos solo en el distrito de Erode, casi el 10% del total. Después de eso, me propuse, sin ninguna instrucción de Sadhguru, plantar 5.000.000 de arbolitos como regalo para Sadhguru en su cumpleaños. Fui de pueblo en pueblo para lograrlo. Por supuesto, no lo logré. En lugar de eso, mi salud se deterioró tanto que Sadhguru me llamó de vuelta al ashram para que me recuperara. Yo continué trabajando para la ARR desde el ashram.

Al poco tiempo, se anunció el Gramotsavam de Chennai, y habíamos invitado a cientos de jugadores. Además, casi mil aldeanos querían venir por cuenta propia. Pero alguien tenía que estar en Chennai para encargarse de todos los preparativos, los juegos, etc. Como la gente del campo había creado un gran vínculo conmigo, le pregunté a Sadhguru si podía ir. «El Gramotsavam va a suceder, Maa. Tú quédate aquí», dijo. Pero cuando insistí, me dijo: «¡Está bien, ve! Pero no me preguntes luego por tu salud», y se fue.

El Gramotsavam se desarrolló de manera gloriosa con la asistencia de 500.000 personas. Disfruté muchísimo de la intensidad de organizar ese megaevento y de atender a los aldeanos. Sin embargo, cuando regresé, me sentí tan enferma que tuvieron que hospitalizarme y me recomendaron que me sometiera a una cirugía urgente. No obstante, Sadhguru rechazó la cirugía, y me puso a una dieta determinada y me dio una sadhana. Cuando volví para un chequeo, después de 40 días, estaba bien. Pero aprendí una importante lección.

En 2006, volví a estar en el ashram a tiempo completo y, en años posteriores, me ocupé de Akshaya y de las actividades de bienestar local. La primera vez que se ofreció la Shivanga Sadhana a las mujeres, Sadhguru quiso que las mujeres rurales se beneficiaran de ella. Así que volví a las aldeas para inspirarlas a hacer esta sadhana y a venir al ashram para su culminación. Casi 1400 mujeres vinieron al ashram ese día de Thaipusum, en 2011. Yo bailaba dentro de mí al ver eso.

Ahora, me encargo de una granja de lsha en la que hago agricultura orgánica utilizando las técnicas de cero presupuesto y de cultivo intercalado que aprendí en los talleres del proyecto Manos Verdes. Me emociono mucho cuando veo crecer mis plantitas y puedo enviar sus productos a Akshaya. Estas técnicas son sorprendentes: solo utilizo estiércol y orina de vaca como insumos biológicos y, de una sola hectárea de tierra, enviamos 2,1 toneladas de rábano y 650 kg de cilantro el mes pasado, y, pronto, cosecharemos también tomates y quimbombó. Puedo experimentar, de primera mano, el orgullo de ser una agricultora.

Un viaje para construir la fortaleza interior

De la chica empalagosa e inmadura que era, ahora me siento distante de mis situaciones sociales, aunque estoy tan involucrada como hace 25 años.

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Una vez, me dolía mucho el brazo derecho a causa de una lesión. Yo era así: si el médico tenía que ponerme una pomada que ardía en una herida, cuatro personas tenían que sujetarme. Mi tolerancia al dolor era muy baja. Así que, naturalmente, cuando apareció este dolor en mi brazo, le fui a suplicar a Sadhguru que me ayudara. Él simplemente bromeó al respecto y me dijo que no tomara ninguna medicina, ni siquiera analgésicos. La afección se convirtió en espondilitis cervical y el dolor se hizo realmente insoportable. Los médicos tampoco entendían por qué no tomaba ningún medicamento para ello. Cuando ya no pude soportarlo más, acudí a Sadhguru por tercera vez. Sadhguru volvió a reírse, pero, esta vez, Vijji  vino a apoyarme, y Sadhguru cedió a nuestras peticiones. Me dio una sadhana y el dolor simplemente desapareció después de unos días. Luego, me pregunté por qué no me había dado la sadhana antes. Pero, más tarde, me di cuenta de que había un cambio en mi tolerancia al dolor desde aquel episodio. De esta manera, me hizo superar muchas limitaciones que solían agobiarme.

La verdadera prueba de mi transformación fue cuando recibí la noticia de la muerte de mi madre. Me dolió, pero me sentí distante de ello, y seguí con gracia mi horario habitual de enseñanza. Fue entonces cuando me percaté de cuánto había cambiado dentro de mí. Ahora, soy una persona diferente en muchos aspectos. De la chica empalagosa e inmadura que era, ahora me siento distante de mis situaciones sociales, aunque estoy tan involucrada como hace 25 años. ¿Cómo expresar mi gratitud a Sadhguru? Siempre que me desviaba de mi camino, me daba tiempo y apoyo para volver. Para mí, Sadhguru es mi todo.

¿Cómo podré pagarle mis deudas?

  

Nota del editor

Cada semana, compartiremos contigo los recorridos de varios de los brahmacharis de Isha en la serie «En el camino de lo divino».