Muros amenazantes con alambre de púas, policías que patrullan constantemente y una puerta de hierro impenetrable: estos signos intimidatorios son suficientes para mantener a la mayoría de la gente alejada de un lugar así. Para otros, como Sadhguru y los profesores de Isha Yoga, son una invitación y una petición de ayuda. Desde 1992, Isha ha estado impartiendo programas de yoga en las prisiones centrales de todo Tamil Nadu, para presos y policías por igual. A continuación, una profesora de Isha Yoga nos comparte un relato conmovedor, pero verdaderamente inspirador, sobre el primer curso que impartió en la Prisión Central de Vellore en 1998.

Una profesora de Isha comparte: Han pasado más de 20 años desde que entré por primera vez en una prisión. Si tuviera que recordar y compartir una experiencia de cualquiera de los otros cursos que enseñé en esa época de mi vida, sería imposible. Pero, el recuerdo de este solo curso en esta prisión está grabado en mi mente como si hubiera ocurrido ayer. Incluso hoy, recuerdo las caras y los nombres de algunas participantes de ese curso. Aquí está mi breve relato.

Durante mi propio curso de Isha Yoga con Sadhguru en 1993, nos pusieron grabaciones de testimonios de presos que habían participado en programas de Isha Yoga. Me sentí tan conmovida cuando las escuché que sentí un profundo deseo de visitar yo misma una prisión. Así que, cinco años después, cuando Sadhguru me pidió que dirigiera un curso en la Prisión Central de Vellore, como era de esperar, me entusiasmé bastante. Sin embargo, cuando estuve frente a la enorme puerta de hierro, mientras dos mujeres policías registraban cada rincón de mi bolso y de mí, ya no estuve tan entusiasmada. Yo misma me sentí como una criminal.

De un comienzo lento a rostros sonrientes

Sadhguru había diseñado un programa especial para un curso de 11 días para las prisiones: cada clase comenzaba con juegos y los participantes debían iniciarse en una práctica avanzada junto con una versión especial de Shakti Chalana Kriya. Me dijeron que asistirían al curso 45 reclusas, 8 mujeres policías y la Superintendente de la Policía (SP). Pero, cuando entré junto con tres voluntarias de apoyo, solo había 15 reclusas que habían venido para el curso. Al ver esto, le pedí a la SP que trajera al menos 25-30 personas para aprovechar al máximo nuestro viaje de 70 km en ambos sentidos durante 11 días. Dieron una vuelta y trajeron algunas más, pero yo no estaba contenta con los números. A regañadientes, empecé la clase con un juego de pelota para esas veintipico reclusas.

«Cuando estuve frente a la enorme verja de hierro, mientras dos mujeres policías registraban cada rincón de mi bolso y de mí, ya no estuve tan entusiasmada. Yo misma me sentí como una criminal».

A medida que avanzó el juego, todas las demás reclusas fueron atraídas de alguna manera a esa zona, y pronto tuvimos a casi todo el mundo, tanto reclusas como policías, jugando allí como niñas, gritando, chillando, burlándose y animando. Estaban totalmente encendidas. Sin embargo, había dos señoras que se limitaban a permanecer alejadas con rostros rígidos, y parecían hacer un gran esfuerzo por mantenerse duras. Después de la sesión de juegos, les pedí a todas que pasaran a la sala para la primera sesión del curso. Esta vez, todas entraron alegremente en el salón y se sentaron, excepto aquellas dos señoras.

Cuando iba a entrar al salón, oí a estas dos señoras gritar detrás de mí, porque dos mujeres policías intentaban hacerlas entrar por la fuerza a la clase. Rápidamente, me acerqué a ellas y les pedí a las mujeres policías que las dejaran en paz. Cuando se calmaron un poco, les hice una reverencia a las señoras y les pedí que vinieran solo a una sesión. «No hace falta que vengan a partir de mañana si esto no les sirve. Solo por hoy, les pido que vengan y lo experimenten», les insistí suavemente. Estaban tan conmovidas y confundidas por mi comportamiento —que les parecía tan extraño— que decidieron venir a la primera clase y no faltaron a ni una sola clase después.

El testimonio que me impactó

Con el paso de los días, cada sesión de juegos se convirtió en una celebración de la alegría interior de las participantes. La SP y las mujeres policías que participaron en la clase eran personas realmente maravillosas. Crearon un ambiente en el que las reclusas se sintieron cómodas para compartir sus historias personales. Las sesiones eran de 7 a 11 de la mañana, lo que obligaba a las reclusas a faltar a la hora del té para llegar a tiempo a la clase. En el segundo día, algunas llegaron tarde ya que no podían estar sin su dosis diaria de té. Sin embargo, a petición nuestra, las mujeres policías nos ayudaron a organizar té para todas en la clase misma, y todo volvió a encajar.

«La mayoría de ellas procedían de familias muy pobres, se casaron jóvenes y tuvieron maridos y suegros abusivos. Algunas eran incluso huérfanas que fueron vendidas a delincuentes para su uso».

Estas no eran las simples reclusas cotidianas. La mayoría de ellas estaban condenadas a cadena perpetua por asesinatos, tráfico de drogas, terrorismo, etc. Recuerdo particularmente a esta dama grande que llevaba un bindi rojo igual de grande en la frente. No habló en absoluto hasta la sesión de clausura. Para que se abriera a lo que allí se ofrecía, hice muchas cosas —hablarle directamente, animarla a hablar, hacer que se sentara al frente—, con la esperanza de que se abriera y compartiera. Hacía lo que yo decía, pero no pronunciaba una palabra, simplemente me devolvía una sonrisa. Así que, el día de la clausura, me alegré mucho cuando se levantó para compartir.

Comenzó su compartir diciendo: «Esta es la primera vez en mi vida que lamento haber asesinado a catorce personas». Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Resultó que había asesinado a miembros de una banda rival que ahora buscaban venganza. «Escribiré al jefe de esa banda rival para que me mate, si quiere, por descuartizar a su hijo tan cruelmente. Pero que no alimente más la violencia matando a los miembros de mi familia. ¡Entonces, al menos, este ciclo puede llegar a su fin!», dijo con una voz grave. Fue un compartir totalmente conmovedor, ¡pero no fue por eso que se me cortó la respiración!

Una nueva vida para los torturados

También había algunas que, se podía ver fácilmente, no eran capaces de los actos feroces por los que fueron condenadas. Después del tercer día, muchas se abrieron conmigo y compartieron sus historias de inocencia, crimen, verguenza y orgullo. La mayoría de ellas procedían de familias muy pobres, se casaron jóvenes y tuvieron maridos y suegros abusivos. Algunas eran incluso huérfanas que fueron vendidas a delincuentes para su uso. Tuve que esforzarme mucho para contener mis lágrimas delante de ellas, pero cada noche regresaba al ashram y lloraba pensando en sus situaciones de vida increíblemente torturantes. Fue verdaderamente desgarrador ver tal sufrimiento. «He dormido bien después de años, me siento tranquila, ahora quiero vivir», fueron algunas de las expresiones más utilizadas en sus testimonios durante los 11 días.

«Ese día, no pude contener más mis lágrimas y tuve que dejarlas fluir. Nadie me estaba viendo llorar de todos modos…».

Debido a su gran intensidad y al profundo anhelo de encontrar algo más en la vida más allá de las situaciones en las que se encontraban, estas señoras se volvieron muy receptivas al cuarto día. Recuerdo que, el quinto día, después de la iniciación, se quedaron sentadas con los ojos cerrados durante UNA HORA COMPLETA —algo que nunca había visto suceder, ni he vuelto a ver, en casi 20 años de dar clases—. Ese día, no pude contener más mis lágrimas y tuve que dejarlas fluir. Nadie me estaba viendo llorar de todos modos; sus ojos habían sido abiertos a algo mucho más grande y mucho más profundo.

Hoy en día, la mayoría de ellas ya estarán fuera de la cárcel. La vida no es fácil para estas personas, incluso fuera de los muros de la prisión, pero espero que hayan continuado sus prácticas y hayan llevado el yoga con ellas dondequiera que estén.


Actualmente, Isha ofrece un programa de tres días en las prisiones, llamado Uyir Nokkam, así como en empresas, comunidades y muchos otros lugares. El primer curso de Uyir Nokkam para prisiones se celebró el 15 de junio de 2017 para 91 presos: 80 estaban en prisión preventiva y 11 estaban condenados. Incluso durante este programa, la clase empezó cada día con juegos a las 7 de la mañana, los presos se perdían el té y compartieron las mismas expresiones de sufrimiento, intensidad y transformación.

Nota del editor: Obtén más información sobre el programa Uyir Nokkam de Isha (solo disponible en inglés).